Piratas de la (de)formación. Funcionan como una aduana. ¿Se puede tasar el
conocimiento? No sé qué voy a recibir a cambio de mi oro pero no me queda otra
salida que confiar. A veces me cargan la bodega con piedras que ralentizan mi
navegación y otras me encuentro con la estafa del vacío. A lo mejor, me
proporcionan un parche para la vela o un remo, impar, del que tengo que tallar
su equilibrio con la consecuente amputación.
Se me dan mapas incompletos y la travesía se salpica de incertidumbres
profundas. Ya estoy en alta mar, sin posibilidad de regreso porque el líquido
tiempo se ha secado tras de mí. No puedo ciar. Hay desierto detrás y tormenta
delante. Adelante.
Tendré un salvoconducto si sé comerciar con las piedras y los parches. Podré
aspirar a detenerme en ciertos puertos e incluso, quizá, pisar tierra. Pero mi
barco lo he construido yo. Acepto su
madera podrida, su lino en jirones, su carácter imperfecto. Esta embarcación transporta
mercancía valiosa y mi voluntad es llevarla a destinos donde resulte fértil.
Imposible
saber si colmaré mi ambición. Por el camino doy todo lo que puedo de aquello que no me resta significado. No
sé qué voy a obtener, pero confío.